jueves, 12 de noviembre de 2015

La corrupción del discurso político
y su afectación a la protección de los derechos humanos

La corrupción no nos permite crecer como sociedad indivisible, en la medida en que en ella continúen creciendo los bolsones de pobreza y la concomitante marginación social de vastos sectores poblacionales; es decir, mientras que unos pocos hacen excelentes negocios con el Estado, logrando una altísima concentración de la riqueza, otros, una mayoría que en Argentina alcanza a aproximadamente el 70% de la población, debe repartirse la miseria sobrante y constantemente creciente. Tales formas de exclusión social han sido favorecidas con la aplicación política del capitalismo salvaje1, que en sí mismo es íntimamente corrupto.


Pareciera ser que la corrupción es una enfermedad endémica de las sociedades contemporáneas que afecta particularmente a nuestros pueblos latinoamericanos y que se repite como una constante en los pueblos del Tercer Mundo. Obvio que también la corrupción está presente en los países del Primer Mundo, sólo que en ellos aparece solapada tras las máscaras hipócritas de los discursos y actitudes de doble mensaje: un primer mundo progresista, prolijo, preocupado por los derechos humanos, por el cuidado del medio ambiente, etc., pero que aplica políticas económicas y de mercado para nuestro tercer mundo y para los países dependientes y expoliados, que son, per se, corruptas, ya que tienden a generar endeudamiento, pobreza, dominación y sometimiento, a la par que tolera a gobernantes altamente corruptos -de los países dependientes- a cambio de que estos generen políticas económicas y financieras que beneficien los intereses de sus empresas transnacionales y, consecuentemente, a la economía de sus países. Por otra parte, urden ataques constantes a través de sus poco santas organizaciones, léase tales como la OTAN, Naciones Unidas, etc., a aquellos países que no comulgan con sus políticas y que se resisten a su dominación, como un par de casos ilustrativo pueden tomarse los ataques arteros que se le propinaron -a finales del Siglo XX y cuando la Guerra Fría no era más que un hecho del pasado- a los territorio de la ex Yugoslavia y al de Irak.


Al hablar de enfermedad endémica de la sociedad, hay que tener la precaución de no caer en el lugar común de creer que la enfermedad, en este caso, es algo que proviene del afuera, del medio ambiente, como un virus o una bacteria, que nos toma desprevenidos y con las defensas inmunológicas bajas. La corrupción, como fenómeno social que es, no sucede por cuestiones accidentales, ni por que seamos latinoamericanos y exista en nuestra constitución personal o biológica -"racial" dirían los discursos nazis- cuestiones azarosas o genéticas que determinen la presencia de aquella. Y es que intervienen en su conformación cuestiones históricas, culturales, sociológicas y psicológicas, que han permitido -y permiten- el avasallamiento permanente a las normas legales vigentes, a los fondos del Estado, especialmente por aquellos gobernantes que de manera autoritaria confunden lo comunitario, lo que es de todos, con lo particular, vale decir, con sus espurios fines privados











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